Situada entre la zona costera y la interior, Châtelaudren se sitúa en el valle del Leff. Con sus contrastes de granito, agua y metal, este pequeño pueblo carácter es a la vez un enclave histórico, un lugar de relax a orillas del río y un lugar con un sorprendente patrimonio industrial.
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Descubrir Châtelaudren
Entre Guingamp y Saint-Brieuc, Châtelaudren escalona sus casas a orillas del Leff y, aunque haya perdido su ciudadela, aún conserva hermosos testimonios de su historia mercantil y de su vocación de ciudad encrucijada. Sobre la colina, la capilla de Notre Dame du Tertre alberga sorprendentes artesonados pintados. La explanada del castillo, accesible por una imponente escalinata de granito, nos ofrece una hermosa perspectiva de los tejados de pizarra. Abundan las casas de los siglos XVII y XVIII, adornadas de tragaluces tallados en la piedra. Alrededor de la iglesia de Saint-Magloire, las calles y las casas se hacen más estrechas y las placetas se rodean de viviendas con tejados en punta y curvilíneos.
Rodeado de agua
Más abajo, se impone la presencia del río. A lo largo de los siglos se ha ido adaptando el curso del Leff y se ha dotado de sistemas hidráulicos para proteger la ciudad, girar ruedas de molino y alimentar lavaderos y turbinas. El río adopta sucesivamente el aspecto de un tranquilo arroyo, de una viva cascada o de un apacible estanque. En plena ciudad, el agua ofrece un paréntesis de frescor a los amantes de la naturaleza dando se cita tanto caminantes como navegantes de agua dulce. Velas y embarcaciones animan la superficie mientras los pescadores atraen carpas, tencas y lucios a la punta de su sedal.
¿Lo sabías?
Un barrio latino… muy bretón
A un parisino que pasaba por la ciudad le llamó la atención la animación y los sesenta comercios de las callejuelas próximas a la iglesia de Saint-Magloire y dio a este lugar el apodo de «barrio latino», que sigue utilizándose hoy en día.
«Le petit Echo de la Mode» imprime su huella
Además, gracias al estanque, Châtelaudren se convirtió en segunda capital de la moda francesa de 1920 a 1983. Aprovechando la energía hidroeléctrica del río, la revista «Le Petit Echo de la Mode» instaló su imprenta en la ciudad bretona. En su máximo apogeo, hasta 250 personas trabajaban en sus distintas publicaciones. Los grandes patrones también se editaban aquí. Hoy en día, esta arquitectura industrial es un perfecto ejemplo del patrimonio del siglo XX: el metal ribeteado, la maquinaria de fundición y los ladrillos integran un asombroso decorado convertido en espacio dedicado al arte y al turismo.