
Cada salida tiene su punto amargo.
Pero la llamada del mar es más poderosa.
Originario de la pequeña isla de Yvinec frente a Plougrescant, es como si el agua del mar corriera por las venas de Guirec. Solo tenía 7 años cuando hizo sus primeras salidas al mar en su barco y aprendió otro lenguaje, el del océano. Corrientes, dirección del viento… todo un universo que dominar, pero donde se sentiría más cómodo que en los pupitres de la escuela.
Para hacer realidad sus sueños, puso rumbo a Australia. Un viaje inaugural a las antípodas. ¿El objetivo? Aprender inglés y ahorrar para comprar su primer barco. Meses difíciles durante los cuales tuvo que arreglárselas para salir adelante.
A su regreso, cumplió su deseo y se regaló la embarcación que le acompañaría en su primera gran salida al mar. La embarcación era modesta, a duras penas navegable. Daba igual. Guirec se lanzó a la aventura sin mucha confianza. Fue también su primera noche en solitario en el mar. La recordará toda su vida.
Otro recuerdo imborrable: cuando conoció a Monique, su chica, «su bonita pelirroja», como le gusta llamarla. Aprovechando una escala en Canarias, se embarcó con él para la travesía del Atlántico, primer reto que se propuso el joven navegante, con el ferviente deseo de experimentar plenamente su libertad. 28 días aislado del mundo, totalmente incomunicado. Una manera de enfrentarse a sí mismo, de plantearse las preguntas que verdaderamente importan.