Para volar hacia lo extraordinario, no es necesario irse muy lejos. Basta con viajar al fin del mundo… ¡en Bretaña! Sus pueblos emblemáticos son postales sacadas de nuestra imaginación. Sin embargo, su naturaleza salvaje sorprende, sus tierras transmiten fuerza y carácter a los que las visitan. Todos sus elementos se fusionan creando una harmonía muy gratificante. Sin prisas, en tren, a pie o en bici, las joyas escondidas de Bretaña se descubren saliéndose de los caminos, tomándose un tiempo para observar y compartir. Aquí todo es posible, dormir en una isla desierta, charlar con un farero, observar delfines… Este paréntesis en tierras bretonas proporciona experiencias únicas que se graban en la memoria para siempre, que se viven como sueños de infancia cumplidos. Las mil caras de esta región se van desvelando al ritmo de las estaciones, que van insuflando al paseante la energía iodada y color glaz del paisaje. Un color entre azul y verde grisáceo que solo puede nombrase en bretón y que retrata perfectamente sus cielos de tormenta otoñal, cuando la luz pugna por atravesar las nubes. Espacios inspiradores y legendarios que sus habitantes miman con cariño y que no dudan en compartir, protegiendo las vistas y los silencios que ofrece la naturaleza. El murmullo de las olas o el susurro de sus bosques llenan al viajero de muy buenas vibraciones y recuerdos maravillosos.